domingo, 15 de junio de 2014

CRISANTO


Tu rostro de vieja y barrosa piel, tus pasos volviendo de remotos lugares, tu pulso hachero y castizo latía sangre labriega de ancestral simiente.
No llegaste a Trujui a denunciar ningún despojo. 
Tu idioma de andamios, de cal y cemento, tus resignados y exhaustos silencios fueron voces suficientes para decirte a vos mismo quién eras, sin que te importe que misterioso trazo de la vida te trajo a estas alturas frente a aquellas inanimadas y desaboridas paredes. 
Allí respirabas el sol de las nostalgias brumosas que suelen destilar las madrugadas. 
Nunca dudaste en dar el paso que cada mañana te imponía: armar tu andamio, treparte a tu dignidad enramada y agreste y permitir que entre millones de espejismos, un leve rayo de sol te buscara y te eligiera, y que jornada tras jornada, una y otra vez, esa misma y pequeña gracia de luz volviera a preferirte.
Sabias que aquí se trataba de nostalgias y lejanías, de curtir el regreso con frondosas y necesarias sombras que volviera real cualquier olvido.
Fue ese dolor o fue la resignación que salvó aquella distancia infranqueable y desoladora? 
Pude presentir tu agobio y los escases de cada jornada. Pero la esperanza solo era posible sobre el andamio.
Tu devota ternura, el viento sigiloso, tu plegaria silenciosa y austera nunca dejaron de acompañarte cuando trepabas solitario sobre la heredada y soleada inspiración de tu oficio, allí, donde el sol y el viento labraron tu aceitoso rostro y encallecieron tus manos. 
Hasta allí trepabas y esgrimías candoroso tu canción provinciana. Mensajero y testigo del quebranto te erguías heraldo sobre una ciudad ajena e indiferente que enjuiciaba impasible que el derrumbe del pobre no es solo una cuestión de suerte esquiva sino el triste idioma de una vida arrebatada por el fracaso.
Con el tiempo supe de que se trataba. Vos resistías a puro olvido mientras el tiempo caía inevitable sobre tu espalda.
Me pregunto si también fui yo parte de tu transitorio olvido. 
Si hoy me vieras tras tus pasos reconocerías mi piel labrada en la tuya y abrazarías a este hijo tuyo, también castizo, que siempre supo de tu única y secreta verdad: que en la vida, es el regreso la única instancia del destino.
Soy, lo sé, un trazo tardío de tus siglos, un reflejo rezagado de ese único y memorial ruego. 
Soy, quizá, la última pausa de un tren, ya sin andenes ni tiempo, que se detendrá en la verde densidad del monte, sobre el borde mismo de tu memoria.
Allí vos, con tus brazos extendidos sonriendo fulgente. Pájaro en el viento y vegetal de esta greda polvorienta, será la distancia, los sueños y tu destino la trama final de tu regreso.
Entonces habremos de reencontrarnos todos. Para abrazarte, padre, para abrazarnos. 
Por José Victor Villalba

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