viernes, 19 de febrero de 2016

¿NI UNA MENOS?

Queremos compartir con nuestros lectores una interesante publicación que hemos leído en facebook, donde se narra una situación de violencia de genero llevada adelante -en San Miguel- frente a la indiferencia de una sociedad, que habitual y paradójicamente utiliza esa misma red social para expresar -de manera eufórica- su repudio a hechos de esa naturaleza,
¿Nuestra sed de justicia es meramente virtual? 
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Texto Viviana Taylor
Apenas habían pasado las 13 horas cuando escuché gritos que venían de la calle. Una voz de mujer pedía que la soltaran, que la dejaran ir. Me asomé al balcón de mi casa y un hombre de alrededor de 25 años aferraba a una mujer joven por sus dos brazos, tratando de impedirle que siguiera avanzando, mientras ella le pedía a los gritos que la soltara.
Desde el balcón –intentando la voz más firme que pude sostener- le ordené que la soltara o iba a llamar a la policía. Sin soltarla, alzó la vista con sorpresa, y me respondió a los gritos “no te metas en lo que no te importa, andate adentro”. Entonces la agarró del cuello y la arrinconó contra la pared para que no pudiera seguir caminando. La chica se dio vuelta para mirarme y me dijo que lo quería dejar porque le pegaba, pero que “no me deja que lo deje”. Como si necesitara darme una explicación para que no la abandonara. O por qué la agredía.
Les mostré que tenía el teléfono en la mano y volví a gritarle que la soltara y la dejara ir porque ya estaba llamando a la policía. No paró de insultarme e increparme, mientras trataba de mantenerla arrinconada contra la pared -entre zamarreos, apretujones y algunos golpes en los brazos y sujeciones de cuello- para evitar que se escapara.
Hice una primera llamada al 911. Me pidieron mis datos y me dijeron que me quedara tranquila que ya había un móvil policial en camino.
Él siguió zamarreándola mientras ella imploraba que la dejara.
Mientras tanto, viernes al mediodía sobre la Avenida Presidente Perón –entre Güemes y Argüero- que es donde vivo, estaba llena de gente. Gente que los esquivaba y seguía caminando. Algunos, además, giraban para mirarlos una vez que ya habían pasado a su lado. 
Nadie más se metió. 
Nadie.
Bueno, quizás sí alguien más: pasó un camión y sonó su bocina dos veces. Como cuando se saluda a alguien. Así que no sé si le dedicaron los bocinazos para detener la agresión, o para vivarlo, o simplemente hicieron sonar la bocina por otro motivo.
Hice una segunda llamada, esta vez al 101. Me preguntaron si el joven estaba armado. Les respondí que desde donde los veía no me parecía, pero que vinieran igual porque la estaba golpeando. Volvieron a responderme que me quedara tranquila, que mientras estábamos hablando ya había un móvil en camino.
Cuando el joven me vio haciendo esta segunda llamada, comenzó a “permitirle avanzar” y así –a fuerza de empujones contra la pared y zamarreos- fueron hacia la esquina de Perón y Argüero.
La fronda de los árboles ya no me permitió seguir viéndolos, pero estuvieron allí al menos un rato más porque los transeúntes volvían sus caras para mirar hacia allí una vez que ya habían pasado.
Pero nadie parecía estar haciendo nada.
Pensé que debería ir y enfrentarlo físicamente. Ya en otras dos ocasiones me interpuse en agresiones callejeras: una hacia una joven estudiante a la salida de una escuela y otra a un adolescente al que querían golpear otros dos. Pero tuve miedo: conmigo estaba mi hija y si iba nada iba a detenerla a seguirme. Y ya aprendí lo feo que pueden volverse esas situaciones, y no quise arriesgarla.
Todavía siento culpa por no haber bajado a la calle, y no dejo de sentir que la presencia de mi hija es una excusa, aunque la racionalizo como válida. No puedo dejar de pensar en cómo se sentiría esa joven, a la que le pasaban por al lado ciegos, sordos y mudos mientras estaba siendo golpeada al mediodía en plena avenida llena de gente.
Después de un rato oí una sirena. 
Pero no. Era una ambulancia.
No se detuvo.
Afortunadamente.
La policía nunca llegó.
Y ya nadie se daba vuelta para mirar.
Al parecer, ya se habían ido. 
Quizás espantados por ella.

Miré la hora. La ambulancia pasó a las 13:33 hs.
El registro de llamadas indica que la primera la hice a las 13:05 hs.
La segunda, a las 13:07 hs. Me sorprendí: habría jurado que entre una y otra habían pasado al menos 10 minutos.
¿Cómo se percibirá el paso del tiempo cuando se está bajo el puño que te golpea?

¿Ni una menos?
No me jodan.

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