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Qué lindo eso de la “oportunidad histórica”. A los miembros de las clases gobernantes les encanta pensar que están ante un momento que será alabado por siempre y que sus nombres durarán por los siglos de los siglos.Esa lógica, según él mismo dijo, fue lo que motivó a Julio Cobos, vicepresidente de Argentina, a votar contra el proyecto de retenciones que la presidenta Cristina Fernández viene impulsando desde hace cuatro meses.La historia la conocemos: un incremento variable a las importaciones de algunos productos agrarios “en particular la soya” fueron propuestos por la presidenta. Su argumento es sencillo: el campo, además de ser altamente productivo y rentable, viene recibiendo desde la crisis económica grandes apoyos para su recuperación. Ahora que está enriquecido, se propone un impuesto a ciertos granos para redistribuir la colosal riqueza del campo y para desmotivar el monocultivo. En este momento Argentina está produciendo cantidades enormes de soya “debido a su alta rentabilidad”, con el subsiguiente abandono de otros cultivos importantes como el maíz o el trigo. Las reacciones no se hicieron esperar y los productores agrarios movilizaron todos sus recursos para revertir la decisión de la presidenta. Tras meses de paros, desabasto (típica técnica de desestabilización), presiones y combates en todas las áreas, el gobierno mandó la iniciativa de impuestos al Congreso, a fin de legitimar su decreto. Contra todo pronóstico, la ley logró pasar en la cámara baja, alentando las expectativas de que el tema se resolvería por la vía legislativa. El Senado aparentaba “ilusiones ópticas” estar bajo el control del oficialismo.Pero nunca “ah, la gran lección no aprendida de América Latina” se puede subestimar a la oligarquía. Hay un par de temas que es importante poner sobre la mesa para entender el problema argentino. Uno, ese país nunca pasó por una reforma agraria como lo hicieron la mayor parte de los países latinoamericanos. El campo se ha ido dividiendo comercialmente, y existen hoy unas cuantas familias que controlan la gran mayoría de las tierras cultivables. Esas familias, intocables y representantes de la más rancia de las oligarquías sudamericanas, son las grandes beneficiadas del fracaso del plan de Cristina. Está claro que hay pequeños productores que también serían afectados, y sin duda se debían aplicar controles para protegerlos. Sin embargo, es un hecho que el impuesto estaba orientado a los grandes terratenientes, no al pequeño campesino.Dos, sin redistribución no hay progreso. La gran lección de los países europeos que han logrado un amplio progreso y una reducción al mínimo de la pobreza “aún con todos sus problemas” ha sido gracias a los impuestos entendidos como políticas de redistribución de la riqueza. Naturalmente que a nadie le gusta pagar impuestos, pero es el más eficaz mecanismo para evitar la desigualdad. Ese compromiso, me parece, lo tiene el gobierno de Doña Kirchner.Entonces llegó el día clave, en que el Senado ratificaría o regresaría la ley. Fue una sesión maratónica, llena de acusaciones cruzadas y sospechosas dilaciones. Senadores entraban y salían, hablaban (¿negociaban?) con los distintos cabilderos, presionaban. Empezó la votación. Uno a uno, los votos se fueron distribuyendo. Fue cardiaco. Se llegó entonces al punto culminante: un empate 36 a 36 y un último voto, el voto de calidad del vicepresidente Cobos. Él, proveniente del centenario Partido Radical, dijo que era un momento histórico. Y tenía razón: era la primera vez en décadas en que se podía iniciar una verdadera redistribución de la riqueza en Argentina. La primera vez que se le podría recordar a la oligarquía que el país no le pertenece. Era histórico porque se habría demostrado que el bienestar de todos está por encima del de unos pocos. Y falló. Cobos, ante la oportunidad histórica, pensó más bien en su propia candidatura, en sus propios amigos, en su propio futuro. Cobos, contra todo pronóstico e incluso sus propias declaraciones, votó contra el gobierno del cual es parte. Y falló. El gobierno ha retirado “en admisión de la derrota” su proyecto. Todo vuelve a estar como estaba. Status quo. El oligarca está feliz, regodeándose en su dominio sobre los poderes públicos. Así es la vida. Cristina tiene la oportunidad y la obligación de replantear su gobierno. Por su temperamento, supongo que se sentirá tentada a empezar a quitarle subsidios al campo, haciéndolos pagar por su atrevimiento. No creo que sea el camino. Debe buscar, con creatividad y sensibilidad, mejorar la gobernabilidad y la justicia social. Pero qué lindo eso de la “oportunidad histórica”. Lástima que nunca estemos a la altura de aprovecharla.
Qué lindo eso de la “oportunidad histórica”. A los miembros de las clases gobernantes les encanta pensar que están ante un momento que será alabado por siempre y que sus nombres durarán por los siglos de los siglos.Esa lógica, según él mismo dijo, fue lo que motivó a Julio Cobos, vicepresidente de Argentina, a votar contra el proyecto de retenciones que la presidenta Cristina Fernández viene impulsando desde hace cuatro meses.La historia la conocemos: un incremento variable a las importaciones de algunos productos agrarios “en particular la soya” fueron propuestos por la presidenta. Su argumento es sencillo: el campo, además de ser altamente productivo y rentable, viene recibiendo desde la crisis económica grandes apoyos para su recuperación. Ahora que está enriquecido, se propone un impuesto a ciertos granos para redistribuir la colosal riqueza del campo y para desmotivar el monocultivo. En este momento Argentina está produciendo cantidades enormes de soya “debido a su alta rentabilidad”, con el subsiguiente abandono de otros cultivos importantes como el maíz o el trigo. Las reacciones no se hicieron esperar y los productores agrarios movilizaron todos sus recursos para revertir la decisión de la presidenta. Tras meses de paros, desabasto (típica técnica de desestabilización), presiones y combates en todas las áreas, el gobierno mandó la iniciativa de impuestos al Congreso, a fin de legitimar su decreto. Contra todo pronóstico, la ley logró pasar en la cámara baja, alentando las expectativas de que el tema se resolvería por la vía legislativa. El Senado aparentaba “ilusiones ópticas” estar bajo el control del oficialismo.Pero nunca “ah, la gran lección no aprendida de América Latina” se puede subestimar a la oligarquía. Hay un par de temas que es importante poner sobre la mesa para entender el problema argentino. Uno, ese país nunca pasó por una reforma agraria como lo hicieron la mayor parte de los países latinoamericanos. El campo se ha ido dividiendo comercialmente, y existen hoy unas cuantas familias que controlan la gran mayoría de las tierras cultivables. Esas familias, intocables y representantes de la más rancia de las oligarquías sudamericanas, son las grandes beneficiadas del fracaso del plan de Cristina. Está claro que hay pequeños productores que también serían afectados, y sin duda se debían aplicar controles para protegerlos. Sin embargo, es un hecho que el impuesto estaba orientado a los grandes terratenientes, no al pequeño campesino.Dos, sin redistribución no hay progreso. La gran lección de los países europeos que han logrado un amplio progreso y una reducción al mínimo de la pobreza “aún con todos sus problemas” ha sido gracias a los impuestos entendidos como políticas de redistribución de la riqueza. Naturalmente que a nadie le gusta pagar impuestos, pero es el más eficaz mecanismo para evitar la desigualdad. Ese compromiso, me parece, lo tiene el gobierno de Doña Kirchner.Entonces llegó el día clave, en que el Senado ratificaría o regresaría la ley. Fue una sesión maratónica, llena de acusaciones cruzadas y sospechosas dilaciones. Senadores entraban y salían, hablaban (¿negociaban?) con los distintos cabilderos, presionaban. Empezó la votación. Uno a uno, los votos se fueron distribuyendo. Fue cardiaco. Se llegó entonces al punto culminante: un empate 36 a 36 y un último voto, el voto de calidad del vicepresidente Cobos. Él, proveniente del centenario Partido Radical, dijo que era un momento histórico. Y tenía razón: era la primera vez en décadas en que se podía iniciar una verdadera redistribución de la riqueza en Argentina. La primera vez que se le podría recordar a la oligarquía que el país no le pertenece. Era histórico porque se habría demostrado que el bienestar de todos está por encima del de unos pocos. Y falló. Cobos, ante la oportunidad histórica, pensó más bien en su propia candidatura, en sus propios amigos, en su propio futuro. Cobos, contra todo pronóstico e incluso sus propias declaraciones, votó contra el gobierno del cual es parte. Y falló. El gobierno ha retirado “en admisión de la derrota” su proyecto. Todo vuelve a estar como estaba. Status quo. El oligarca está feliz, regodeándose en su dominio sobre los poderes públicos. Así es la vida. Cristina tiene la oportunidad y la obligación de replantear su gobierno. Por su temperamento, supongo que se sentirá tentada a empezar a quitarle subsidios al campo, haciéndolos pagar por su atrevimiento. No creo que sea el camino. Debe buscar, con creatividad y sensibilidad, mejorar la gobernabilidad y la justicia social. Pero qué lindo eso de la “oportunidad histórica”. Lástima que nunca estemos a la altura de aprovecharla.
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PUBLICADO EN: http://www.cronica.com.mx
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