![]() |
| Tala de árboles en Bella Vista |
![]() |
Lic. Esteban
Wood*
|
Sobre la calle Flaubert había un bosque. Juro que era así, como esos que vemos cuando nos vamos de vacaciones y nos maravillamos con el paisaje o la vegetación andina. Muchos pinos, muchos eucaliptus, seguramente alguna araucaria bien metida en el medio de tanto follaje verde que ni se la veía.
No hace falta remontarnos hasta los orígenes de la historia de nuestra localidad, ni traer a la memoria el sueño de Adolfo Sourdeaux cuando planificó el diseño urbanístico de Bella Vista. Algo más cerca en el tiempo, los adultos mayores podrán contar que hasta el bosque se llegaba en carreta. Y los no tan mayores, que por ese bosque serpenteaba el arroyo Los Berros, que se pescaban mojarras.
Sin ser nacido y criado, nadie me lo contó a mi tampoco. Sobre Flaubert, entre San Martín y Santa Fe, hasta hace no mucho tiempo había un bosque inmenso. Dicen que uno tiene una mejor referencia del tiempo cuando lo relaciona con alguna vivencia agradable de su vida. Entonces me voy al 2006, tardes de primavera en las que solíamos salir a caminar con mi esposa, embarazada.
La calle Flaubert era de tierra. Se respiraba ligera húmedad. No se filtraba ni una gota de sol por entre tanto árbol. Si algo me llamaba poderosamente la atención, además de no poder creer ese tremendo bosque a pocas cuadras de mi casa, era la cantidad de lantanas silvestres, salvajes, al borde del camino, al pie de los eucaliptus. Al regresar, si anochecía un poco aparecían las luciérnagas. Ahora me doy cuenta de que ya no hay luciérnagas en Bella Vista.
Nobleza obliga, pese a las noticias que me llegaban sobre los nuevos emprendimientos inmobiliarios en la zona, reconozco que no me animaba a pasar por Flaubert. Una suerte de maleficio, el temor de lo irremediable, el miedo de aquello que no retorna…. Hoy estuve ahí. Árboles tumbados, troncos trozados, alambrados perimetrales, pleno sol, asfalto. Y cuando miré hacia atrás, ya no me reconocí caminando por aquella calle de tierra, alguna que otra tarde de primavera, a punto de ser padre por primera vez, asombrado por la cantidad de lantanas.
Hace tiempo que quienes defendemos el patrimonio histórico de nuestra localidad, como forma de preservar el quiénes somos, criticamos el crecimiento desmesurado, desordenado y sin planificación del centro de San Miguel. Cemento, torres gigantes, explosión urbana. El patrimonio verde que nos legó el ingeniero y agrimensor Adolfo Sourdeaux también es parte de nuestra identidad como pueblo. Y lo están talando y tronchando a pedazos.
Las autoridades municipales que permitieron la atrocidad del emprendimiento denominado “Villa Flaubert”, a espaldas de la ordenanza 65/2005 de protección del patrimonio arbóreo, deberían saber que con su aval no sólo matan la identidad de la comunidad a la que dicen representar. También están agrediendo los fragmentos de vivencias íntimas que componen nuestra historia, una sumatoria de recuerdos individuales que poco a poco se van borrando. Y un pueblo sin memoria y sin historia común es un pueblo sin identidad.
*consultor en Comunicación y vecino de Bella Vista.
FUENTE: MALVITICIAS


No hay comentarios:
Publicar un comentario